El primer paso: Cuando la comunicación también sana

5/4/20253 min read

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This story is written in Spanish, honoring a voice that touched millions and a moment that still resonates in my heart. Thank you for reading beyond languages.

Desde hace pocos días, desde que supe la noticia de la muerte del Papa Francisco, lo he tenido muy presente. La muerte siempre nos toca de alguna forma, pero cuando parte alguien que inspiró, escuchó y dejó huella en millones de personas, algo más profundo se mueve dentro de nosotros: recuerdos, emociones, silencios que vuelven a hablar.

El Papa Francisco no solo fue un líder espiritual.
Fue un comunicador nato.

Tenía la capacidad de expresar sus ideas y sentimientos de una manera tan auténtica, tan humana, que millones de personas en todo el mundo podían percibir su cercanía, su humildad, su fuerza. No importaba el idioma, el país o la cultura: su mensaje llegaba directo al corazón.

Siempre me ha llamado la atención la energía que envuelve a los papas.


Es una fuerza poderosa que, desde mi mirada, no se explica solo por su rol, sino por lo que representan para tantos seres humanos que proyectan en ellos su amor, su fe, su esperanza.

Lo digo con certeza porque he tenido el privilegio de ver a tres papas en distintos momentos de mi vida.

De niña, vi pasar a Juan Pablo II en su papamóvil por la carrera 7ª de Bogotá. Estaba con mis papás en la acera, mientras él avanzaba suavemente, bendiciendo a la multitud. Se detuvo frente a nosotros y giró su cuerpo hacia donde estábamos. Era muy pequeña, pero aún recuerdo esa mezcla de asombro, emoción y la certeza de estar presenciando algo único.

Años más tarde, en Roma, vi al Papa Benedicto XVI. Su rostro parecía más distante, más solemne. Aún así, recuerdo claramente cómo un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando lo vi caminar por una especie de pasarela, bendiciendo con pasos lentos pero firmes. La energía que transmitía era tangible, y de nuevo, sentí que estaba ante algo más grande que yo.

Y luego, el Papa Francisco.

Tuve la oportunidad de verlo muy de cerca durante su visita a Colombia en 2017, mientras trabajaba en la Unidad para las Víctimas, en un país que recién había firmado su acuerdo de paz. Recuerdo mirarlo mientras hablaba, y sentir su presencia igual de poderosa… pero distinta.

Más cercana.
Más humana.

Era un ser humano que cargaba sobre sus hombros las oraciones, el amor y la fe de millones de personas, pero que en cada gesto, en cada palabra, mostraba una sencillez conmovedora.

Sonreía.
Reconocía al otro como igual.
No se ponía por encima: se ponía al lado.

El Papa Francisco no fue a imponer verdades. Fue a acompañar. Fue a recordarnos, con palabras sencillas y gestos sinceros, que no tuviéramos miedo de pedir perdón. Que no hay fuerza más grande que la del perdón verdadero. Que sanar empieza cuando reconocemos nuestras heridas, sin vergüenza, y nos atrevemos a dar el primer paso.

Hablaba muchos idiomas, latín, italiano, español, alemán, inglés, francés, portugués, pero su idioma más grande era la humanidad. Una comunicación que no dependía de gramáticas ni de reglas. Era la comunicación de sonreír al otro, de hacerlo sentir humano, de abrazarlo con la mirada.

Hoy, al recordar todo esto, siento aún más claro que comunicar bien no es solo transmitir información ni cumplir un rol.

Comunicar bien es sanar.
Es abrazar sin tocar.
Es mirar a los ojos y decir, incluso en silencio:

“Te veo. Te reconozco. Te acompaño”

Y quizás esa sea la misión más importante del lenguaje:
Ser puente, no muro.

Hoy, desde donde estoy, intento recordar esa enseñanza. Que cada palabra, cada gesto, puede ser un primer paso. Que comunicar con el corazón sigue siendo el acto más humano que tenemos.